Experiencia personal
Yo tenía solo 9 años cuando mi madre me dijo que esa noche sería especial. Me trenzó el cabello, me puso el vestido que solía usar en ocasiones especiales y, mientras lo hacía, me pidió que no llorara, que no estuviera nerviosa, que todo era por mi propio bien. Realmente no entendía lo que estaba pasando, pero confiaba ciegamente en mi madre.
Vivíamos en una comunidad indígena en las montañas de Colombia, donde las tradiciones se respetan sin cuestionarlas. Mi abuela, la persona más sabia de la familia, era quien tomaba las decisiones importantes. Aquella noche, me tomó de la mano y me llevó a la casa de una anciana que vivía lejos del pueblo. Un grupo de mujeres formó un círculo a mi alrededor y comenzó a susurrarme palabras de aliento mientras me acostaban sobre una palma.
Entonces llegó el dolor. Un dolor tan profundo que me dejó sin aliento. Sentí todo mi cuerpo tensarse, y las lágrimas cayeron en silencio mientras recordaba la petición que mi madre me había hecho antes. Cuando todo terminó, mi abuela me susurró al oído: Ahora eres pura. Ahora eres digna.
Pero yo no me sentía digna ni pura. Solo sentía dolor.
Los días siguientes fueron un tormento. Cada vez que intentaba moverme, una punzada recorría mi cuerpo. La fiebre no tardó en llegar, y con ella, la debilidad. No entendía por qué mi cuerpo me traicionaba, por qué mi madre me miraba con tristeza en lugar de orgullo.
Con los meses, cuando la fiebre desapareció, mi vida ya no era la misma. La risa que solía acompañarme en los juegos con mis amigas se había desvanecido. Ya no corría por el bosque ni trepaba árboles como antes. Mi cuerpo se había convertido en un recordatorio constante de algo que nunca pedí.
Con los años, entendí lo que me habían hecho. Sabía que muchas niñas como yo pasaban por lo mismo. También supe que había mujeres que luchaban contra esa práctica, que alzaban la voz para proteger a las futuras generaciones.
Esta historia es poderosa, y los datos que siguen demuestran que no está en absoluto sola…
Violencia de género en Colombia: una emergencia silenciada
La violencia contra las mujeres en Colombia no es un problema aislado: es estructural, sostenido y profundamente normalizado. Lo confirman las cifras y lo gritan los testimonios de quienes han vivido en carne propia el miedo, la impunidad y el abandono del Estado.
Mutilación Genital Femenina: violencia ancestral aún viva
Pese a ser una práctica prohibida por la ley colombiana, la mutilación genital femenina (MGF) aún se practica en algunas comunidades indígenas, especialmente dentro del pueblo Emberá.
En estas comunidades, niñas de entre 7 y 12 años son sometidas a esta práctica bajo el argumento de mantener la «pureza» o cumplir con los ritos tradicionales. Aunque la MGF ha disminuido gracias a la presión de organizaciones de mujeres y campañas de salud pública, todavía hay reportes anuales de nuevos casos, especialmente en el Chocó y Risaralda.
Además del dolor físico y las secuelas psicológicas, muchas niñas enfrentan complicaciones graves como infecciones, infertilidad o incluso la muerte. En 2007, la muerte de dos niñas Emberá alertó al país y forzó al Estado a intervenir, pero los esfuerzos no han sido suficientes ni sostenidos.
Feminicidios: mujeres asesinadas por el simple hecho de serlo
En los primeros diez meses de 2024, 745 mujeres fueron víctimas de feminicidio en Colombia, un incremento significativo respecto a los 630 casos reportados en todo 2023. Es decir, más de dos mujeres son asesinadas al día en contextos de violencia machista.
Impunidad: una constante dolorosa
El 99% de los casos de acoso sexual y el 78% de los feminicidios en Colombia quedan impunes, según datos de la Red Nacional de Mujeres. Las víctimas se enfrentan a sistemas judiciales ineficientes, re victimizantes y muchas veces indiferentes.
Violencia de género en aumento
Los registros de violencia de género no paran de crecer:
- 116,302 casos en 2021
- 140,694 en 2022
- 158,394 en 2023
Este incremento constante, de aproximadamente un 13% anual, deja claro que no hay medidas eficaces de contención.
¿Y ahora qué?
Las mujeres en Colombia viven entre el miedo, la resistencia y la esperanza. Cada cifra esconde una historia: una niña forzada, una mujer silenciada, una madre asesinada.
El silencio institucional no puede seguir. Las soluciones deben ir más allá de campañas simbólicas. Se necesitan leyes con dientes, educación con enfoque de género, sistemas de protección culturalmente pertinentes y justicia real.
La violencia contra las mujeres no es un tema de mujeres. Es un tema de humanidad. Y es urgente.